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domingo, 11 de enero de 2015

A LOS DEVOTOS DE SAN JOSÉ.

 
 

Es innegable que el infierno hace cada día nuevas conquistas: las almas se pierden y caen en el abismo, como los copos de nieve caen en invierno, y las hojas de los árboles en el otoño.
 
El mundo arrastra a la muchedumbre con seductores halagos; cunden como contagio las máximas perversas; el interés es casi él único resorte de las acciones humanas; todo lo inundan el fraude y el engaño; una sed frenética de placeres impuros consume á todos los estados y edades, y, por colmo de desdichas, el respeto humano domina y tiraniza a los mismos buenos. ¡Ay a que abismo de males nos precipitan la irreligión y el libertinaje de nuestros días!



He aquí la pintura ligera, pero fiel del siglo en que vivimos. Tentaciones, lazos y peligros nos rodean incesantemente; las tinieblas del error y del pecado se condensan más de día en día; la religión y la piedad se debilitan, y la sociedad, rechazando á Dios que es su espíritu de vida y fortaleza, se precipita en el más espantoso abismo. Para preservaros, pues, da tanto mal, a vosotras, almas predilectas del Patriarca Señor San José, se os presenta este devocionario, como tabla de salvación, puerto de seguridad, preservativo eficaz contra tanta peste del infierno, que tales estragos causan en el mundo. Haced con fidelidad, recogimiento y fervor las meditaciones, prácticas y ejercicios que aquí se recogen, y os haréis merecedoras del poderoso y eficaz patrocinio del santo Patriarca. Esforzaos, cuanto lo permita la debilidad de nuestra naturaleza, a copiar en vuestros corazones las sublimes virtudes de San José; y, entre éstas, dad una especial preferencia á las de la castidad, humildad, resignación y paciencia. Amad sinceramente a San José, y él será vuestro amparo en toda necesidad y peligro. En los trabajos y miserias inevitables, en este nuestro destierro, San José os alcanzará la resignación y paciencia, que hagan fructuosos y meritorios vuestros padecimientos.
 
Y, en fin, San José, en pago de vuestra fiel y tierna devoción, os alcanzará la gracia especial de un verdadero y ardiente amor á Jesús y á María, por el cual os haréis dignos de una dichosa muerte y de la recompensa eterna, que el Señor os tiene prometida.
 
 
 
 

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